El origen del bull terrier hay que buscarlo en Birmingham, Inglaterra. Su creador fue un criador y aficionado a los concursos llamado James Hinks. Hinks había conseguido con anterioridad exhibir el antiguo bulldog blanco y dálmatas, y en la década de 1860 centró su atención en las razas mestizas, por aquel entonces improvisadas, de bulls y terriers.
Este era un perro de trabajo, que se utilizaba para espectáculos de hostigamiento, peleas... En realidad, en casi cualquier cosa sobre la que se pudiera apostar.
Su creador quería perfeccionar estos perros y crear un perro de compañía más refinado para los caballeros respetables. Añadió varias razas a la mezcla para crear el perro que tenía en la cabeza, y utilizó ejemplares de terrier inglés blanco (ya extinguido), dálmata y, más tarde, de galgo, perdiguero español y foxhound, entre otros. Se dice que la cabeza con forma de huevo y la nariz romana se deben a la inclusión del borzoi o el collie de pelo largo.
El primer ejemplar de bull terrier, con la cabeza tal como la conocemos, perteneció a un perro llamado Lord Gladiator, nacido en 1918. A partir de entonces, la raza bull terrier fue adquiriendo popularidad y ha experimentado algunos cambios, como la cabeza en forma de huevo, que ahora es más extrema.
Al contrario que los fieros perros de lucha que le precedieron, el bull terrier de Hink se ganó el apelativo de «Caballero blanco», ya que, generalmente, poseía buen carácter y no estaba siempre dispuesto a pelear (aunque desde luego sería capaz de acabar una pelea).